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El rock ha muerto para vivir eternamente en este libro. Por eso en este poemario las nubes no lamen el cielo consternado de noviembre, sino que el mundo es nuestro mundo y el sujeto lírico lo mira de frente, con espíritu crítico y una voz poética única que sugiere, despierta, conmueve en sus poemas, en sus sentencias y en sus aforismos, tan acertados que a veces dan un poco de miedo. Desde la fascinación por los árboles y las personas que se torcieron, también hay espacio para el humor, la ironía, la esperanza y un hedonismo un tanto rockero. Como todo lo que deja una señal, ha muerto. El rock, como la poesía, nunca ha dejado de morir para seguir viviendo. Ahora lo hace en este libro, porque la poesía de Alberto Pérez Domínguez también tiene vocación de eternidad, porque eterno es el milagro cotidiano de la lluvia, porque El rock ha muerto viene para quedarse, para vivir eternamente aquí, con nosotros, nietos del rockand roll.