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El poeta verdadero, escribió W. H. Auden, debe definir con la mayor claridad posible su idea del paraíso, que a ciertas edades como las nuestras no parece que pueda rebasar los límites de una ataraxia, nec spe nec metu. Fernando Lanzas lo ha intentado y, creo yo, lo ha conseguido en esta Escala en Argel. Cuando le pregunté cómo podía afirmar su fe en la posibilidad de un paraíso, sin creer, al mismo tiempo, en una inmortalidad personal, me confió que, paradójicamente, el paraíso puede consistir en la reconciliación con la certeza de la propia finitud. Y recordé otra vez a Borges, al Borges de El idioma de los argentinos, que definió de la siguiente guisa su idea de la Eternidad: «Es una pobre Eternidad ya sin Dios, y aún sin otros poseedores y sin arquetipos». Es decir, una Eternidad sin espacio ni tiempo ni sujeto.