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Hay poetas que no son un poeta sino muchos poetas camuflados en el cuerpo de uno. Amanda Sorokin. Poetas que llegan a la poesía como polizones y solo cuando están dentro de ella, sobre ella, se dan cuenta de que era ahí a donde iban, que Sísifo y Kerouac y el Kublai Kan y todos los viajeros de todos los tiempos no eran más que señales para que llegara al fin a su sitio en el mundo, cargando como una frase dulce y lapidaria el lezamiano «Aquí llegamos, aquí no veníamos». Amanda Sorokin. Hay poetas y poetas, poetas que desde el primer libro avisan, «Hola, llegué para quedarme». Amanda Sorokin. Abran al azar este poemario. Lean versos como «a veces se me escapa el cuerpo por la boca», «silencio negro de autobús nocturno / llanto ligero de final de fiesta», «de un mordisco acabas de dejarme sin poemas tristes», «los buenos comienzos son también buenos finales» y acepten que ella, Amanda Sorokin, tiene muchos poemas que decir todavía, y muchos lectores que descubrir, porque la necesitan.